Pocas cosas superan la belleza de ver y escuchar el agua en movimiento. Si a eso le añadimos historia y tradición, nos queda un tesoro que, en este caso, queda guardado en el municipio de Moralzarzal, donde la arquitectura, la piedra y el agua, crean un baile con siglos de legado.
Ya desde comienzos del Siglo XVII aparecían las primeras fuentes de Moralzarzal, como era el caso de la representativa “Fuente de los 4 Caños” (actualizada en 1885), aún referentes a día de hoy.
El paisaje tiene memoria. Y, si lo sabemos mirar, el paisaje de Moralzarzal evoca el paso del agua por nuestro suelo y nuestra historia. Los primitivos pobladores de nuestra localidad supieron pronto que para sobrevivir había que pelear por este recurso vital. Y Moralzarzal tuvo aguas consideradas como mágicas y sanadoras; como el caso del “Manantial de la Fe Perseverante” que se asociaba a la curación de tuberculosos, con gente que venía desde Madrid para beber sus aguas. Nuestro pueblo sabe también lo que es ganarse el agua con el sudor de su frente, y en su paisaje están las cicatrices y la memoria de las infraestructuras que hubo que levantar para llevarse el agua a la boca. Sequías y estrecheces económicas sirvieron para agudizar el ingenio y buscar el agua, literalmente, bajo las piedras. Todos estos acontecimientos son memoria, son recuerdo, son vínculos que se han ido diluyendo en los años y en la historia. Hasta nuestro nombre sonaba a agua. El origen del actual emplazamiento del núcleo urbano de Moralzarzal está vinculado a una fuente, la Fuente del Moral. Así se conoció a la pequeña alquería o aldea de pastores segovianos a partir del siglo XIII. Y así se llamó nuestro pueblo hasta el primer tercio del siglo XVII. En el siglo XV se fundó una pedanía menor, Zarzal, también próxima a una fuente.
El granito que está en la esencia de la arquitectura de la Sierra de Guadarrama es la clave material de esta gran obra hidráulica, construida a finales del siglo XIX en las laderas de Matarrubia para llevar el agua a la fuente de la Plaza de la Constitución y a la de los Cuatro Caños, en el centro del pueblo.
Las atarjeas contenían en origen una tubería de hierro fundido por donde discurría el agua, todavía apreciable en algunos tramos. Estas atarjeas encauzan y recogen agua de los manantiales que circulan por el monte del Robledo, con su origen en los Arroyos: Grande y Peñalagua. Que también tuvieron como destino durante casi un siglo, el “Lavadero Público” que se construyó entre muchas de las personas residentes de la época, a finales del S.XIX, y que aprovechaba aguas de la “Fuente de los 4 Caños”.
Toda esta obra hidráulica bebe en su esencia de la rica tradición islámica que se ha perfeccionado con el paso de los siglos en todo el territorio que es hoy la Comunidad de Madrid. Los más humildes sistemas de aljibes y acequias han sido esenciales en el crecimiento de los municipios serranos, creciendo hasta el gran número de embalses existentes en la actualidad, que garantizan con generosidad el agua a todos los madrileños.